En este espacio transcribiré la biografía de este gran pianista realizada por : Peter Pettinger: Vida y música de Bill Evans
Editorial: Global Rhythm Press (2007)

martes, 27 de septiembre de 2011

PRIMERA PARTE

 EL NACIMIENTO DE UN SONIDO,
                                                        1929-1958.    
     
    1- EL CHICO DE PLAINFIELD                                     


 Siempre he preferido tocar algo sencillo a recorrer el teclado de arriba a abajo sin  saber muy bien qué hacer. Bill Evans.


El  primogénito de Harry y Mary, Harry Jr., heredó la corpulencia de su padre; Bill por su parte, dos años más joven, copió la estructura ósea más bien pequeña de su madre y el semblante anguloso de ésta. Se convirtió en el favorito de Mary. Cuando los excesos alcohólicos de Harry ocasionaban violencia y problemas económicos, Mary solía enviar a los chicos a la cercana Somerville para que se alojaran en casa de su hermana Justine y de la familia Epps.
       También allí había música. Por la noche, el padre de Earle Epps, pianista y organista de carrera, se sentaba al piano y repasaba los grandes clásicos, una actividad que tendría un efecto definitivo en los huéspedes, los hermanos Evans. Earle Epps recuerda los primeros ercarceos de los chicos con la música:" Harry tenía entre cinco y siete años cuando empezó a tocar el piano, pero nadie se planteó ensañar a Bill: era demasiado joven. En aquella época, los profesores de piano daban clases a domicilio. Bill se quedaba en un rincón y escuchaba. Cuando la clase había acabado y la habitación estaba vacía, se acercaba al piano, se sentaba y tocaba lo que había escuchado". la precocidad de Bill ya era todo una amenaza para Harry cuando el más joven de los dos hermanos empezó, con seis años y medio, a recibir clases.
        Evans nunca negó la influencia que tuvo en él su hermano, no sólo en el terreno de lo musical, sino también en los deportes: ambos eran atletas natos, y Bill, llevado por la adoración hacia su héroe, siempre intentaba estar a la altura del primogénito a pesar de  los dos años que los separaban. No tardaron en sucumbir a la pasión familiar, el golf, y pasaron buena parte de su primera infancia en los greens. De hecho, cualquiera de los dos podría haber hecho carrera en el circuito profesional. Pero éste no era el único deporte o actividad de ocio al que se entregaba la familia; a final de los años veinte, Harry y su cuñado Michael regentaron un salón de billar y una bolera en Dunellen. Su intuición empresarial les llevó asimismo a construir, junto a la autopista situada en las inmediaciones del concurrido aeropuerto de Hadley, cerca de New Brunswick, un campo de práctica para el verano. En el invierno, se ocupaban de un centro similar en la carretera 1, en Vero Beach, el centro vacacional de Florida, al que se trasladaron Harry y Mary después de jubilarse.
       Los hermanos Evans tomaban la bicicleta para ir desde su casa de madera blanca de la avenida Hunter, en Plainfield, a las clases de piano que recibían en la vecina Dunellen. Para su profesora, Helen Leland, Harry era mejor pianista. Evans la recordaba con cariño, y agradecido por no poner demasiado énfasis en los aspectos técnicos más pesados, algo que, dado su temperamento, podría haberle hecho perder interés por la música. en su lugar, le animaba a que identificara a primera vista las notas impresas. Bill no tardó en descubrir lo fácil que le resultaba tocar lo que le ponían delante, una habilidad que con el tiempo alcanzaría unas proporciones legendarias. La casa familiar estaba bien surtida de partituras, y el pequeño estudiaba con atención marchas, polkas, canciones y obras clásicas, seleccionando de entre todo aquello que tocaba sus piezas favoritas.
      No es fácil explicar la facilidad para la lectura a primera vista, pues tanto puede ser innata como haber se adquirido por ósmosis o ser fruto de una sana curiosidad. el verdadero lector se conforma con un cierto grado de imperfección durante el acto de leer, pues lo que le mueve es el deseo de llegar al final de la frase al precio que sea. Para éste, la idea de "práctica", la perfección de la propia obra, era sumamente sospechosa. Evans irritaba a sus profesores de la universidad por la imperfecta ejecución de sus escalas y arpegios. No hay nada más nocivo para estimular el instinto musical de un joven que pasarse el día repitiendo estos ejercicios. Para afianzar esos fundamentos, tocaba mucho, unas tres horas diarias de niño, pero repartía su energía de un modo poco convencional. " todo cuanto he aprendido-explicaba-, lo he aprendido a golpe de sentimiento. Nunca he visto el piano como un objeto en sí mismo, sino como la puerta de acceso a la música."
      Con siete años, Evans inició estudios de violín, y si bien su relación con el instrumento no acabó siendo demasiado satisfactoria, puede que la experiencia de aguantar e incluso potenciar el sonido de  la cuerda tuviera algo que ver con su eterna obsesión por "cantar" al piano, el desafío último del sensible pianista, que él superó con creces. Con los años,  se interesó por otros instrumentos, y estudió flauta y flauta piccolo, por ejemplo con Joseph C. Schaedel, su profesor de música en el instituto. Aun así , su gran amor siempre fue el piano, un instrumento que le permitía atacar y aguantar las notas con una claridad meridiana. Años después, al reflexionar sobre la posición de privilegio que el instrumento había ocupado en sus primeros años de vida, confesó: " Descubrí que me encantaba tocar cuando tenía unos diez años y me rompí la muñeca trepando por un árbol. Entonces me dí cuenta de lo mucho que echaba de menos tocar el piano. Fue toda una revelación, porque nunca antes me lo había planteado.


                                                *                 *                          *


La familia se trasladó al 490 de Greenbrook Road, pues ambos hermanos estaban matriculados en el instituto de North Planinfield. En casa, Evans vivió algunas experiencias auditivas que explican su entusiasma por el repertorio europeo contemporáneo: " Recuerdo, por ejemplo, el disco de 78 r.p.m de Petruschka que recibí en el instituto por navidad, un regalo que yo mismo había pedido. me pasaba el día escuchándolo, aprendiéndomelo. Yo no conocía aquella música, y descubrirla fue algo sensacional. recuerdo mi primer contacto con la politonalidad de Milhaud, con una obra de la que tal vez no estaba del todo satisfecho el compositor, una de las primeras, la Suite provenzal. me abrió los ojos a un puñado de cosas". 
     Como tantos melómanos de su generación, Evans creció durante los años cuarenta con la radio. Musicalmente, era una persona abierta, y su capacidad para absorber todo lo que emitían las ondas explica su insistencia, años después, en afirmar que había aprendido de todo el mundo. Sin embargo tenía una formación y un repertorio estrictamente clásico, y durante seis o siete años se limitó a tocar las notas que figuraban en el pentagrama. Además, aunque era un interprete avezado, no sabía nada de la arquitectura interna de la música. En un vídeo educativo rodado en los años sesenta, recordaba los años de escuela junto a su hermano: " Desde los seis años hasta los trece, aprendí a leer a primera vista y a tocar música clásica, y la verdad es que los dos, como ya saben, tocábamos a Mozart, a Beethoven o a Schubert con inteligencia y musicalidad. Sin embargo, yo era incapaz de tocar "My Country tis of Thee" sin la partitura delante".
      Esta suerte de bloqueo musical, consecuencia habitual de las costumbres y de las circunstancias, desapareció poco después. Evans recordaba haber escuchado jazz a los doce años, aproximadamente. Su educación se inició con los discos de big band de Tommy Dorsey y Harry James. A continuación, vinieron otros grandes músicos de jazz. Su hermano, que ya había espesado a impregnarse de ese lenguaje, estudiaba trompeta y estudiaba en la banda del instituto. Un día, el pianista contrajo el sarampión y Bill tuvo que ocupar su lugar, y disfrutó de lo lindo con aquella nueva experiencia : "Cuando ingresé en la banda, leía los arreglos tal cual los habían escrito. De vez en cuando, en mi partitura había un efecto en el tercer coro, ¡ding!, y yo esperaba ese momento porque me tocaba intervenir".